EL HAMBRE DE LA PATRIA (1972: UNPLUGGED)



EL HAMBRE DE LA PATRIA
(1972: UNPLUGGED)

XXXIV Premio Internacional de Poesía Juan Alcaide


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SINOPSIS 


El jurado del XXXIV Premio Internacional de Poesía Juan Alcaide, compuesto por Luis Antonio de Villena (España), Abdul Hadi Sadoun (Irak-España), Jesús Barrajón (España), Matías Barchino (España) y Luis Rafael (Cuba-España), entre los 341 libros presentados de Hispanoamérica y España, acuerda por unanimidad, otorgar el Premio a: El hambre de la patria (1972: unplugged), de Arlen Regueiro Mas: Por su fuerza expresiva, lirismo y experimentación formal, al tiempo que acierto para abordar desde la poesía conflictos de gran trascendencia humana. 


TEXTOS DEL LIBRO



Poema de EBB donde descubro tu rostro


Hubo un poema de Elizabeth Barret-Browning
un poema de amor que hablaba de la muerte de su madre
como si uno pudiera reunir el amor
y las manos de una madre en la misma estrofa
acercándose a la longitud de un grito
por el hijo de su hijo que nunca abrió los ojos

Hubo un poema que leímos bajo un puente
unos versos que parecían hablar de ti y de mí
cuando aún no estabas en el mundo 
y yo te buscaba entre las nieves de un extraño

De qué vamos a hablar si eres tú mi patria
y vida a vida voy entrando en ti/ envejezco/ afilando los años
las lunas imposibles que nos borra el amor
por miedo del amor al amor mismo

Ya no soy tan joven como tú/ no tengo espejos 
que devuelvan la dulce apariencia 
de los días enfrascados en tu nombre
con el beso que al morir me dio mi madre

Pero esto nada tiene que ver con poemas 
ni con Elizabeth Barret-Browning
y mucho menos con mi madre o la tuya
que se han quedado pregonando el arroz
mientras los hijos de sus hijos no prenden candela en el bosque
ni rompen un jarrón que ha estado en la familia por setecientos años

Hubo un poema que yo nunca había escrito
un poema que quise escribir y me robaron
para encontrarte cuando no buscaba a nadie
y decirte al oído 
eres el muchacho más bello
que ojos humanos han visto



El niño de la mochila azul


Qué te pasa, chiquillo, que grave inquietud hay en tu mirada, mientras escuchas pasar la lista y él no está presente, se lo llevaron el mar y su silencio, las horas que nunca estuvo a tu lado.

Qué dolor, qué olvido es, niño profundo; dónde está tu libro de saber historia, el cuaderno de teoremas y raíces triangulares, donde dibujas un corazón pequeño, hoy que nadie se asoma a la ventana, ni grita que ha visto un ángel o una mariposa posada en el recuerdo.

Qué te pasa, chiquillo, que guardas en un bolsillo la mitad de tu merienda, los postres de anís y mantequilla. El viejo arlequín de los espejos no puede empinar su papalote, ni fugarse a lo profundo del río, cuando llegan los aguaceros de octiembre; y estás más solo que la una, que las dos, que las tres y que las cuatro.

Qué silencio baja por el asta de la bandera, niño azul y remoto. Qué circo no asoma en la plaza; qué viernes volverá, para lamer el helado de siempre derretido encima del uniforme, mitad chocolate y mitad menta.

Qué cerca podrás brincar, para no estar en la última clase, ni saludar al triángulo sin estrella, profundamente carmesí, de un rojo extraño, que ya no es el mismo, como tampoco lo has sido tú durante este poema, mientras chupas una semilla de mango, y te detienes a lanzar piedras al tamarindo, a la catedral, a los techos del hambre y el mundo.

Quien podrá borrar la torpeza de tus ojos, el secreto de un beso junto al arcoíris, antes que el río creciera, y se llevara consigo tus recuerdos del abuelo pensado en España, los mejores juguetes de tu amigo, su cómplice silencio al mirar las estrellas.

Qué te pasa chiquillo, que te pasa, si casa y escuela parecen lo mismo, y no puedes hablar en la primera persona del plural, no tienes a nadie, que avive el sueño del camino al colegio, o te sorprenda al voltear la esquina con una nueva especie de árbol.

Para qué vas a volver si él ya no te espera.
Para qué regresar si eres nadie.



Lección de geografía / Enero 15, 2014


Pienso: Miami, y es como si no existiera mi casa. Nadie ha comprado papel, hecho un tajo al lápiz, y no tengo nada para escribir, para hacer un punto, un punto y aparte, o dos puntos; después de decir Miami, u otras palabras ocultas en mi rostro.

Mi hermano y su mujer han dicho Miami, y quedo mudo, cual si un petardo de silencios estallara en mi cabeza y no pudiera ver que hay detrás de esa palabra, del simple camino que abre para el mar en los días próximos.

Miami, digo Miami dos veces, como si no fuera una región del país que fuera a visitar y ver a mi familia, jugar con mis sobrinos en el parque, o conocer a un hombre tan perfecto como tú, o quizás algo más joven y hermoso. 

Miami, repiten los hijos con sus padres, cual si dijeran patio y jardín. Miami, y brillan sus ojos, porque en ellos es otro mundo, sueño y raíz, una costa que no verán sus abuelos, donde no voy a estar para ese almuerzo dominical de los recuerdos. 

Miami, Miami, Miami, un gesto nacional para quebrar el polvo; porque nadie ha sabido sacarle punta a las letras y no tengo una hoja de papel, un poema que me permita invocar un horizonte menos solaz para ese sustantivo.

Miami, Miami, Miami, pienso una y otra vez, para convencerme de que no hay palabras buenas o malas, solo el ruido de un adiós; y Miami también será el mar, árbol y raíz, Patria y amor.

Miami, pienso yo, y parece que en mitad de esta provincia alguien nos llama del azul, al otro lado de la tierra, mientras la patria huye de mi corazón y se fragmenta en el hambre.

Miami, digo una y mil veces; y rezo, porque algún día el viaje a esa ciudad, tan cerca y tan lejos, no sea definitivo.


Pisum Sativum: el hambre de la patria


Los hijos de la vecina crían palomas en el techo de mi casa / según la vieja Emilia, tan caustica y serena en los límites de un jardín, que fue siempre el jardín de su vida y de su muerte / cosas con plumas que son la esperanza, aladas tristezas.

Desde sus muslos y bíceps pude invitarlos a probar mi cuerpo: una magra sopa de lentejas, el rastrojo de unos plátanos en tentación, o la costra de un caldero donde abuela solía urdir natillas, con fécula de maíz y leche de coco. 

Ellos suben al techo por costumbre. Es más cómodo estar encima que debajo, y hay necesidad de pisotear mis días, machucarme el corazón para regar en él puñados de arroz, o millo, a falta de otra legumbre tan nutritiva como el chícharo, también llamado guisante, arveja. 

Llegan, como queriendo romper la luz, fraccionar el hambre de la patria. 

Pisum sativum: otra forma de decir el hambre, esa planta que sostiene a los hombres; y posee un sistema vegetativo poco desarrollado, con raíz pivotante que tiende a profundizar; solo lo indispensable, no más que el fragor de mujer en las ingles de los hijos de mi vecina. 

Uno de ellos, el albo, ha colocado un piercing en su tetilla izquierda; y la cabeza parece un nido de perdiz, corona de luz absorta, encima del grito de su madre cuando los despierta. Todo lo que hay de imprescindible en mis ojos es para que las aves vuelvan a su mano,  a comer los gestos que supe acariciar, inventándome la nieve.

Pisum sativum. Nutritivo caldo de semillas que aderezo con ají. Joyas del mundo vegetal. Sus hojas forman pares de foliolos terminados en zarcillos; aretes anillados, lo mismo para dilatar el lóbulo de la oreja, que para domar estos retoños de alas que no terminan de florecerme.

El mayor, comulga su ternura, tan montaraz como la yerba, ágil para decidir cuál de mis juguetes prefiere a cambio de su boca, de un abrazo bajo la fronda de los atejes; donde nadie nos vea, entre los esporádicos sorbos de ajenjo, dar besos que abrirán las piernas de las muchachas. 

Pisum sativum: no deja de ser una docta manera de nombrar los guisantes, vulgares chícharos de salvadora enjundia para acompañar al extraño puré en los almuerzos de la escuela. Planta cuyas simientes se encuentran en vainas de entre 5 a 10 centímetros de largo; las mismas que hoy me digno a escoger para llevar a la mesa un festín de potaje, algo de arroz y huevos escaldados. 

El más pequeño viene a medrar. Nunca amó palomas, su apetito fue de mangos y ciruelas, de rústicas guayabas posadas en mi techo, para saber que los gallos dan dinero y las mujeres lo quitan, porque los gallos tienen espuela y las mujeres un sitio donde encajarlas, hacerlas sentir menos importantes.

Pisum sativum: una forma de vivir multiplicando el café, ese polvo frugal que nunca alcanza y nos ayuda a recibir el día con un trago amargo. Pisum sativum: guisante, chícharo o café. Alimento Nacional cuyas inflorescencias nacen arracimadas en brácteas foliáceas y se insertan en las axilas de las hojas; como el nuevo mundo que aparece en el pubis imberbe de los hijos de mi vecina, esos muchachos de al lado, cuya vida es rescoldo de mi hambre.

En esta tarde de noviembre, tan llena de abril como la isla, agarran mi corazón y lo echan a volar. Envían tibios mensajes, cartas que nadie va a recibir, ni a explicar, como quiero entenderlos yo, con ese amor que envidio, y acaso no merezco, como las palomas, esas cosas con plumas que vio posadas en su jardín la vieja Emilia; y son la paz, la esperanza, o la muerte.